1 de noviembre de 2011

¡Los hay que tienen mucho morro!

La fotografía que encabeza este artículo es tan real como la vida misma.  Viéndola, podemos sacar un par de conclusiones. La primera es que soy muy mal fotógrafo. La segunda, es muy triste volver a casa de trabajar y que ya sea tan oscuro, el Sol ha emprendido su imparable trayecto hacia el solsticio de invierno.

La tercera conclusión que podríamos sacar es que, en mi pueblo, los motoristas aprovechan las aceras para adelantar en las calles más angostas. Y es una conclusión lógica dado que la única información de mi villa que tenemos ahora mismo es una fotografía de un motorista que, efectivamente, está intentando subirse a la acera apara superar un todo terreno.

Sin embargo, antes de demonizar a mis paisanos sobre dos ruedas, creedme cuando os digo que no es el malo en esta situación no es el motorista. De hecho, el malo ni siquiera aparece en la fotografía. El responsable de esta situación es el conductor del 4×4, que en ese momento no se encontraba en su vehículo ni en los alrededores.

En mi camino tuve que pasar justo por al lado del vehículo, precisamente por la misma acera que el motorista se vio obligado a utilizar. Puedo dar fe que estaba completamente vacío, ni siquiera había un copiloto que excusara la ausencia del responsable de depositar el vehículo ahí.

En los alrededores no había nadie. Absolutamente nadie. Ni un alma enturbiaba la primera noche de otoño realmente fría de la temporada. Al ver el coche ahí, detenido en un lugar tan antinatural y completamente vacío,  por un momento tuve la sensación de vivir una de esas películas donde un holocausto nuclear acaba con (casi) toda señal de vida humana, dejando las infraestructuras intactas.

La aparición del motorista me devolvió a la realidad. Le vi titubear, indeciso. No es para menos. Alargó el cuello hacia adelante, supongo que intentando evaluar el tiempo que el conductor del 4×4 iba a tardar en ponerse en marcha. Tengo la impresión que la situación le desconcertó tanto como a mí, tardó un buen par de segundos en decidir intentar rebasar el inesperado obstáculo arrimándose a la acera, hasta el punto de necesitar subirse a ella.

Yo no soy quien para juzgar los motivos del conductor del todoterreno. A lo mejor, llegaba tarde a la cita con una antigua consola, donde debía introducir un código numérico antes del final de la cuenta atrás si no quería desencadenar el fin del mundo. Esa, o cualquier otra causa totalmente justificada igualmente creíble.

Y es que, en mi humilde opinión, hay cosas que van más allá de las normas de circulación. Por simple sentido común y respeto por el resto de personas. Porque, aunque nos olvidemos, no vivimos solos en este mundo. Cada ser humano vive su propia vida, sus propios problemas y también tiene prisa por llegar a su destino lo antes posible. Aunque sólo sea un momento, ¿qué tipo de egoísmo nos puede llegar a dar por supuesto que nuestro momentito es más importante que el del nuestros conciudadanos?

Con todo esto, huelga decir que el sentido común dicta que no está bien hacer lo que el conductor de este todoterreno ha hecho. Como mínimo, debería haber buscado un lugar donde dejar el coche de forma que dejara el suficiente espacio para que el resto de vehículos pudieran circular normalmente.

En esto, el Reglamento es un poco más explícito en detalles. No quiero quitarle el puesto a Capreolus, nuestro experto en recordar las normas de circulación; pero si no me equivoco la exigencia es dejar, por lo menos, tres metros practicables, es decir, hasta la línea continua más cercana, o en su defecto el borde de la calzada.

Yo, en mi humilde opinión, dudo mucho que el cuatro por cuatro dejara tres metros libres. Puede que me haya hecho un lío con la cinta métrica, pero… Qué diablos, dudo siquiera que la calle midiera tres metros. Y, sobre todo, dudo mucho que el conductor tuviera sentido común.