4 de noviembre de 2011

Cuidado con la llegada de las primeras lluvias

Años ha, se enseñaba en las escuelas algo así como que nuestro clima implica la existencia de veranos tórridos, inviernos tibios y otoños y primaveras torrenciales. A pesar de las variaciones climatológicas que venimos observando a lo largo de los últimos años, el otoño sigue siendo en nuestro país la estación en la que la lluvia cae de forma intensa para paliar el déficit hídrico del seco verano.
Por ese motivo, a estas alturas del año nunca está de más recordar algunos detalles de lo que supone conducir bajo el agua, tanto en lo que respecta a la preparación previa del vehículo como a las precauciones que hay que observar cuando nos encontramos no ya sólo en medio de un diluvio de proporciones bíblicas, sino simplemente cuando comienzan a caer las primeras gotas de agua.



Riesgos asociados a la lluvia
Un firme húmedo o mojado afecta directamente a la adherencia que debe existir entre el vehículo y el asfalto. La interposición del agua entre la rueda y el terreno hace que la adherencia disminuya hasta en un 50%. Por ese motivo, nuestras acciones como conductores deben contemplar este aspecto de la lluvia.
La lluvia resta muchísima visibilidad. No es ya sólo que el agua caiga a raudales sobre la superficie acristalada del vehículo, dejándola traslúcida y no transparente. Es que si llueve es porque hay nubes en el cielo, y esas nubes pueden oscurecer la luz ambiental hasta llegar a recrear una escena nocturna en pleno mediodía. Por otra parte, el aumento de la humedad en el aire que nos rodea hará que se empañen los cristales con facilidad. Esta falta de visibilidad exigirá de nosotros una mayor concentración.
Existe un problema asociado a la lluvia que no siempre se tiene en consideración. Es el ruido producido por las gotas de agua que golpean contra el vehículo. Ese ruido contribuirá a que nuestra concentración sea menor de lo necesario, por lo que podemos llegar a no estar a la altura de las circunstancias, correremos el riesgo de distraernos al volante y, por supuesto, nos cansaremos mucho más al conducir.

La lluvia, un problema gradual
El peor momento de la lluvia es la caída de las primeras gotas. En esas circunstancias, toda la suciedad acumulada sobre el asfalto, la tierra y la grasa perdida por algunos vehículos formarán con el agua una peligrosa capa que resulta altamente resbaladiza. Es el llamado barrillo. Por otra parte, si la lluvia pilla desprevenido al conductor, difícilmente sus respuestas serán las adecuadas.
Cuando la lluvia cae y el agua ya ha lavado el pavimento, nos encontramos con los problemas referidos anteriormente: adherencia, visibilidad, ruido. Además, hemos de considerar que no sólo nosotros nos vemos afectados por esos problemas derivados de la lluvia, sino que el resto de conductores se encuentran en una situación similar. Por eso, podemos esperar del resto de conductores reacciones atípicas, como velocidades inadecuadas por exceso o por defecto, frenazos a destiempo, súbitos volantazos… El tráfico se suma a la lluvia como factor de riesgo por sí mismo.
Cuando la lluvia es muy intensa, aumentan las malas condiciones de la vía y por lo tanto los riesgos descritos hasta ahora. Además, podemos encontrarnos ante la presencia de grandes charcos invadiendo parte de la calzada, que pueden llegar a desviarnos de nuestra trayectoria.
Un problema clásico al que hacemos referencia siempre que hablamos de lluvia es el aquaplaning. Este fenómeno se produce cuando la cantidad de agua que hay sobre el firme es superior a la que el neumático puede desalojar a través de las canalizaciones de su dibujo. En ese caso se forma una capa de agua entre la rueda y el suelo, de forma que el vehículo ya no toca suelo, sino que vuela sobre el agua.

¿Qué podemos hacer?
Si la lluvia es un factor distorsionador de nuestra conducción, la moderación de la velocidad, la suavidad en nuestros gestos y una mayor anticipación acompañada de un respeto estricto por las distancias de seguridad serán nuestros mejores aliados en la carretera.
La falta de visibilidad se puede paliar hasta cierto punto con el uso del limpiaparabrisas y el lavaparabrisas, y el empleo de las luces del vehículo. Sin embargo, existe el riesgo de deslumbramiento por el reflejo de los faros del resto de vehículos contra el asfalto mojado. El empañado de los cristales es fácil de resolver: basta con hacer circular aire caliente, si es posible combinado con aire acondicionado, hacia las lunas y ventanas.
El exceso de concentración acrecienta la fatiga del conductor. Por ese motivo, al menor atisbo de cansancio lo recomendable es detener la marcha en un lugar seguro para descansar. Por otra parte, si tanto llueve, ¿no es más inteligente detenerse hasta que llegue un momento más seguro para circular?
En caso de encontrarnos con grandes charcos, lo ideal es cruzar a velocidad moderada o reducida con la marcha más corta posible, con decisión y cuidando que no se vea comprometida la simetría en la tracción del vehículo. Dicho de otra forma, para mantener el rumbo habrá que evitar cruzar el charco con las ruedas de un solo lado.
Aunque el aquaplaning es un problema inherente a la acumulación del agua y a las malas condiciones de la vía, la actitud del conductor puede ser decisiva: una velocidad excesiva y unos neumáticos en mal estado constituyen un imán para este fenómeno.
Finalmente, y como todo en el mundo del volante, la anticipación es crucial. Antes de que nos sorprenda la lluvia tenemos que revisar algunos puntos básicos de nuestro automóvil. Salimos de una época en la que sólo hemos visto el agua cuando nos duchamos, por lo que quizá hayamos olvidado temporalmente la posibilidad de encontrarnos un diluvio en medio de la carretera. Previo a la llegada de ese momento, conviene comprobar que el coche está a punto en materia de:
  • parabrisas. Una luna rayada o extremadamente sucia puede darnos un disgusto cuando comience a llover y dejemos de ver a través del cristal. Si no es posible reparar el vidrio, siempre cabe la posibilidad de cambiarlo.
  • limpiaparabrisas. Los limpiaparabrisas tienen un desgaste, que se evidencia cuando las escobillas son incapaces de secar adecuadamente el parabrisas a su paso por la superficie del cristal. Conviene comprobar que las gomas no están resecas ni cuarteadas y reemplazarlas si es necesario.
  • lavaparabrisas. El nivel de líquido lavaparabrisas debe ser suficiente para hacer frente a las salpicaduras producidas por el resto de vehículos, especialmente camiones y autobuses. En esas situaciones, el simple gesto de accionar el limpiaparabrisas puede resultar insuficiente para restaurar nuestro campo de visión.
  • neumáticos. La adherencia del vehículo sobre el asfalto puede verse comprometida si nuestros neumáticos no son capaces de evacuar el agua a través del dibujo de la banda de rodadura. Una presión de inflado incorrecta puede ser nefasta en condiciones de mala adherencia. Por tanto, tanto uno como el otro aspecto deberían ser revisados antes de que lleguen las lluvias