18 de noviembre de 2011

Presión de grupo y seguridad vial: un particular caso (1)


Hace una semana hablábamos de la tendencia a auto-justificarnos, y las más inverosímiles excusas que solemos montarnos. 

Escargot, una de nuestras lectoras, tuvo a bien compartir su excusa: «Si no lo hago, mis compañeros me pintarán el coche de amarillo».

A la par que impactante, es una frase que deja entrever el típico caso de presión de grupo. En Circula seguro siempre hemos dicho que la conducción es un hecho social. Pero normalmente nos referimos a la relación entre los diferentes vehículos que transitan por la misma carretera al mismo tiempo.

No obstante, no es menos cierto que en el interior de cada vehículo existen relaciones sociales entre los diferentes individuos que viajan a bordo. Y, como animales sociales que somos, dichas relaciones afectan a absolutamente todo lo que hacemos. Incluso a nuestra actitud al volante.

Si quisiera fardar de instinto periodístico diría que intrigado por su misteriosa respuesta, contacté con Escargot para conocer los detalles de su historia. Pero como soy Físico y no periodista, y como durante la campaña electoral ya hay demasiadas mentiras, confesaré que fue ella misma quien se puso en contacto con los editores de la casa con la sana intención de explicar su versión de los hechos en un medio algo más privado que el sistema de comentarios (y, como agradecimiento, lo que hago yo es publicar su historia a bombo y platillo).


El que presento es sólo un caso particular. Y mis interludios son sólo mi opinión, que vale tanto como la de cualquier otro. No obstante, seguramente hay muchos casos similares ahí fuera. Gente que sale de la autoescuela sabiendo quelo que tiene entre manos no es un volante, sino una gran responsabilidad, que con el tiempo pierden sus convicciones. Escargot era una de ellas:

Me saqué el carnet en el 2000 y desde el primer momento fui respetando las normas de Tráfico. Básicamente porque creía que estaban para facilitarnos las cosas y evitar los accidentes, cosa que en parte sigo pensando. (...) De todo esto ha pasado más o menos un año y le he dado un millón de vueltas. (...)

Saltarse los límites me sigue pareciendo una aberración pero determinados comentarios de la gente los comprendo y hasta los comparto un poco. Ya no le presto más atención al tema pero sí que es verdad que el tema de la velocidad me empieza a mosquear cada vez más.

No obstante, un estrambótico suceso hizo mella en su sistema de valores viales.
Pasé un día por una zona en obras. Había señales de 80, 60 y 40 y la de 40 estaba destapada, así que por ahí pasaba a 40 exactos. De pronto un día miro el retrovisor y veo que llevo a la Guardia Civil detrás y que me echan las luces. Como no entiendo nada me meto en una gasolinera que hay allí al lado y ellos se meten detrás de mí.

El guardia viene y me pregunta que por qué voy a 40, que si al coche le pasa algo. Le digo que no, que hay una señal de 40 y la estoy cumpliendo. Y me contesta que a esas señales no hay que hacerles caso (...), que no quiere volver a verme pasar cumpliendo ese límite. Yo me quedo extrañadísima. Eso sí, en cuanto se van vuelvo a la carretera y sigo como si nada, por esa zona a 40 hasta que se acaban las obras.


Como veis, la historia empieza con un suceso impactante, y hasta cierto punto inquietante. ¡La que daría por tener una grabación de la benemérita realizando tamaña afirmación! Apuesto a que no era una patrulla de tráfico, de las que están acostumbradas a rescatar masas de carne sanguinolentas entre de amasijos de metal.

En Septiembre del 2010 empiezo a viajar en rueda [un sistema de turnos aleatorios para compartir vehículo en trayectos diarios]. (...) Un lunes, que iba en el coche de un compañero, solos, me doy cuenta de que va a 140 por una carretera de 90 y se lo comento:
– Oye, que vas a 140.
– Ya, pero… ¿vas mal? ¿Vas insegura?
– No, si voy bien. Pero si te pillan se te va a caer el pelo.
– Oye, ¿tú siempre respetas los límites de velocidad?
– Sí.
– ¿Y nunca has sentido la tentación de saltártelos?
– Sí, pero si quiero correr me voy por una carretera de ésas por las que se puede ir a 90 pero que a 70 ya te matarías y corro lo que me parece por ahí. Sin pasar de 90, claro.
– Pues eso es más peligroso.
– Ya, pero mientras no cambien las normas…

Y entonces me doy cuenta de dos cosas: de que tiene razón, que el límite no siempre está bien puesto, y de que es la primera vez que reconozco que no estoy de acuerdo y que en el fondo yo también quiero correr.

En este punto de la historia ya es posible advertir los primeros rasgos de la presión de grupo. Por el momento, personalizada por un único individuo. Aunque, como veremos en el próximo artículo, pronto se unieron más voces al coro.

Fuente: Circula Seguro