La causa psiquiátrica ocupa el
tercer lugar entre las causas de siniestro vial cuando el
conductor sufre una enfermedad, según un estudio australiano mencionado en la revista Trafico de la DGT. Se trata de un factor de riesgo
inherente al conductor que en los últimos años no ha hecho sino crecer.
Desde que a finales de los años 80 irrumpiera en el
mercado de los antidepresivos el Prozac® (o Fluoxetina), la que se conoce como píldora
de la felicidad ha visto crecer su consumo dentro de las
sustancias pertenecientes a una nueva clase llamada inhibidores selectivos de
la recaptación de serotonina (ISRS). Con la crisis económica que
azota nuestro país, en los dos últimos años se ha incrementado el consumo de
antidepresivos en un 10% y sigue extendiéndose su uso.
A la Fluoxetina le han seguido la Paroxetina
(Seroxat®), Escitalopram (Esertia®), Sertralina (Besitran®), Mirtazapina
(Rexer®), Venlafaxina (Vandral®) o Duloxetina (Cymbalta®) entre otros. Su éxito
se debe no sólo a su poder antidepresivo sino también a su capacidad de tratar
desórdenes como la fobia social, el estrés postraumático, el trastorno de ansiedad
generalizado, la crisis de pánico recurrente o incluso el trastorno
obsesivo-compulsivo, patologías que se dan con frecuencia asociadas a la
depresión.
Estos nuevos antidepresivos son más selectivos a la
hora de atacar los receptores cerebrales, por lo que disminuyen los efectos
adversos que presentaban sus predecesores, como los antidepresivos tricíclicos.
Sin embargo, cuando pensamos que estos pacientes consumidores, y en especial en
esta época de recesión, pueden cruzarse cada día con nosotros en la
circulación, la pregunta surge de inmediato. ¿Son también más seguros
esta nueva clase de antidepresivos cuando estamos al volante?
Antidepresivos y falsa sensación de seguridad
En realidad, una mejor compatibilidad con otros
fármacos o menos efectos adversos no implica que un medicamento sea más
compatible con la conducción. Pensemos sólo en la enfermedad que los
indica. Tras estos ISRS existe una patología que por sí misma puede
incapacitar al conducir. Y además, al mejorar el estado de salud psiquiátrico
puede darnos la falsa sensación que no peligran nuestras
capacidades al volante, pues cierto efecto residual del fármaco afecta a las
capacidades psicofísicas, sobre todo al inicio del tratamiento, dependiendo de
cada individuo.
Este tipo de fármacos pueden dar ansiedad
paradójica, sedación, agitación, cefalea e incluso incrementar el riesgo de
suicidio, especialmente en pacientes jóvenes. Pero es que la discontinuación
del tratamiento sin un control adecuado puede dar como rebote mareos, fatiga y
ansiedad. Y nótese que la expresión es “puede dar”.
De hecho en un reciente
estudio que revisa la evidencia sobre los ISRS y su
seguridad al conducir no arroja datos claros sino que pone de
relieve que se precisan nuevos estudios que respondan a preguntas sobre cómo,
cuándo y a qué segmento de edad y de qué modo afectan a la conducción en
tráfico “real” estos fármacos teóricamente más seguros.
¿Qué significa lo de “tráfico real”? Muy sencillo.
Las pruebas a que se suelen someter los individuos que forman parte de estos
estudios son simples simulaciones de manejo de vehículos, ya que eso permite calibrar
las alteraciones psicomotrices. Pero, ¿y cuando el individuo sea realmente
un conductor sumido en un entorno de tráfico? ¿Bastará con saber accionar los
mandos del coche?
Existe también controversia entre el buen o mal uso
que pueda hacer el paciente, omitiendo dosis y provocando efectos rebote
perjudiciales, o sobredosificando, y por tanto entrando en un túnel oscuro de
efectos todavía no probados. Esto debe ser contestado en futuros estudios
experimentales o epidemiológicos.
Además no todos los fármacos, como grupo, tienen el
mismo perfil de seguridad. De hecho, un mismo ISRS puede estar
categorizado de formas diferentes en dos de los sistemas más conocidos de
clasificación de fármacos respecto a la conducción: el francés desarrollado
dentro del proyecto DRUID (Driving under the Influence of Drugs,
Alcohol and Medicines) y el del Working Group de ICADTS (International
Council on Alcohol, Drugs for Traffic Safety).
Por otra parte, es difícil hacer estudios debido a
los sesgos que se encuentran en conductores que usan otros fármacos que afectan
las capacidades psicomotoras o cognitivas, como es el caso de los sedantes, o
bien son mezclados de forma imprudente con otras drogas como el alcohol. De
hecho, al recordar aquel vídeo sobre el conductor de la N-II, uno puede imaginarse
que aquellos desplazamientos laterales fueran producto de combinar los efectos
adversos en los primeros días de una toma de psicoativos en un paciente
desinformado y quizá una pequeña tasa de alcohol, absolutamente legal.
Oficialmente, se dijo que el conductor “se encontraba mal”. ¿Se trataba sólo de
eso?
Precisamente porque el peligro de mezclar
sustancias de forma totalmente involuntaria es muy cierto, corresponde a los
médicos informar a sus pacientes sobre los riesgos
potenciales, aunque menores, que siguen teniendo estos nuevos antidepresivos
sobre la capacidad de conducir, centrando la atención en el seguimiento en los
primeros días de uso, vigilando la aparición de estos efectos (sobre todo en
dosis altas)y si fuera necesario desaconsejar conducir hasta acostumbrarse a la
medicación o finalizar el tratamiento.
Y a los conductores se les debería exigir la responsabilidad
de abstenerse de circular, con o sin consejo médico, si ven que alguna de
sus capacidades resulta mermada por los fármacos. El resto es exponerse a un
riesgo de consecuencias imprevisibles para ellos mismos y para el resto de los
usuarios de la vía.