26 de septiembre de 2011

El ocaso del limpiaparabrisas en otoño

El pasado viernes el equinoccio convirtió el verano en historia. Apenas hace unos días y ya las vacaciones parecen un vago recuerdo de una vida anterior,... y las próximas, una lejana utopía imposible de alcanzar. Y, mientras tanto, el otoño tiñe de malva el cielo cada día a una hora más temprana.

Es una estación de contrastes cromáticos. Las hojas de los árboles caducifolios conforman un lecho ocre sobre el que pasear agarrados, aunque uno nunca acierta con el tipo de ropaje adecuado a la ocasión. El aumento de lluvias y tempestades oculta el cielo de vivo azul que nos envolvía durante el verano, tapándolo con un agresivo terciopelo oscuro.

Observando el repiquetear de las gotas en el parabrisas, a punto de volver al hogar tras una dura jornada de trabajo, uno no puede evitar interrogarse sobre cómo ha llegado su vida hasta esa tarde de otoño. Si parece ayer mismo cuando tomábamos el sol entre mojitos. Hoy lo único verde que prueban nuestros labios es un jarabe para tratar los primeros azotes de un tiempo inestable.

¿Cómo? La pregunta de cada año, cuya respuesta es la misma, pero cada vez menos consoladora: tempus fugit. El paseo de nuestro planeta en rededor del sol nos plantea una travesía climática por la que aprendemos a deambular casi sin pensar.

En fin, ya basta de tonterías. Arranquemos el coche y volvamos a casa. Además, con esta lluvia, el camino será más pesado si cabe. Tras ensartar la llave, un giro de muñeca hace rugir el motor. Con un dedo accionamos una palanca que había permanecido en su lugar, sin uso, meses y meses. El limpia parabrisas comienza a moverse, apartando de un grácil golpe el agua que se había acumulado sobre el cristal.

Pisar embrague, primera, fuera freno, acelerador, soltar embrague: emprendemos la marcha. Mientras el manto de lluvia deja en penumbra el irreconocible camino de todos los días, el hipnótico y embriagador baile de las escobillas a escasos palmos delante de nuestra nariz pone una nota de alegre movimiento al triste otoño. Como los alegres campesinos que celebran con danzas y cantos la recolección de la cosecha según los violines de Vivaldi.

No obstante, la danza no es tan fluida como antaño. Es fácil darse cuenta que, en el movimiento hacia la izquierda, una de las escobillas por momentos roza demasiado sobre el vidrio, dando diversos saltos sobre el cristal en vez de deslizarse sobre él. Con ello, obviamente, la evacuación del líquido elemento no es tan óptima  como debiera. Es fácil apreciar charcos en los lugares que la goma patina.

La otra mitad del ciclo es más suave. Al menos, en apariencia. La varilla se mueve hacia la derecha sin trompicones, pero no deja tras de si un cristal seco y translúcido como debiera, sino regueros húmedos que enturbian la vista. Es obvio que el limpiaparabrisas ha visto tiempos mejores.

Al principio, uno se dice que no ocurre nada. La visión sigue siendo lo suficientemente clara, no va a haber problema. No obstante, al cabo de un rato el aspecto borroso del entorno comienza a parecer cada vez más molesto y cansado.

Al final, casi se empieza a sentir lástima por las viejas escobillas. Expuestas a las inclemencias del tiempo todo el año, es comprensible que se endurezcan o agrieten. Quizá es el momento de permitir que pasen a mejor vida, jubilarlas y dar la alternativa a un nuevo juego.

Dicho y hecho, aprovechando la proximidad de un centro comercial, realizamos una visita a la sección de complementos para automóviles. A estas alturas, localizar el par adecuado para nuestro modelo no supone un desafío.

El propio aparcamiento del centro es un buen lugar para hacer la substitución. Resulta aún más sencillo de lo que recordábamos, la varilla tiene una especie de garfio que encaja perfectamente en el soporte de la escobilla.

De nuevo en la carretera, la lluvia arrecia. No tardamos demasiado en apreciar la diferencia, el vigor de la juventud permite al nuevo limpiaparabrisas dejar nuestro campo de visión impoluto tras cada pasada. Desde el asiento de atrás, el viejo juego de escobillas sonríe observando a su sucesor. Lleno de tranquilidad por haber dejado su puesto en buenas manos, cierra los ojos por última vez y es bienvenido al cielo de los complementos de automoción.
Fuente: Circula Seguro.