16 de febrero de 2011

La dificultad de dejar de conducir


La movilidad de las personas constituye una de las bases para el funcionamiento de nuestra sociedad, tanto en el aspecto económico como en términos de bienestar. Las personas recurrimos a los vehículos tanto para trabajar como para distraernos. Esa imprescindibilidad de desplazamiento ha hecho de la conducción una necesidad casi primaria. Por otro lado, la práctica habitual del manejo de vehículos lleva a que cada cual reaccione al volante como si la conducción constituyera un acto reflejo, de modo que asocia su condición de conductor a una vertiente más de su personalidad.

¿Qué ocurre cuando no hay más remedio que dejar de conducir porque el cuerpo ya no responde aun cuando uno se encuentra bien? Quizá ese sea el peor momento para un conductor que siempre ha encontrado en su automóvil un signo de libertad, autonomía, independencia y hasta un símbolo de autoridad. Y seguramente a muchos ese momento tardará en llegarnos. Sin embargo, resulta casi obvio que conocer la situación e incluso aprender a detectar los primeros síntomas que indican una posible pérdida de capacidad de la conducción es el primer paso para encarar adecuadamente la respuesta al problema, ya sea para nosotros mismos o para las personas de nuestro entorno.

La conducción está ligada al rendimiento neuropsicológico y conductual. Durante la circulación, el conductor atraviesa de forma continuada una secuencia en la que recibe muchos estímulos, los selecciona, los contrasta con su experiencia, decide cuál debe ser su comportamiento, ejecuta una acción resolutiva y todo esto dentro de un tiempo de reacción determinado mientras el vehículo se desplaza. En resumen, el conductor debe ver, registrar, recordar, decidir y llevar a cabo una acción motora en un tiempo mínimo. El riesgo de accidentes aumenta esencialmente por la disminución de la velocidad de procesamiento de la información registrada y la capacidad de cambiar el registro.

Con el paso de los años el cuerpo de una persona experimenta diversos cambios. Sus articulaciones se endurecen y sus músculos se debilitan a pesar de que su estado general sea excelente. Esa combinación dificulta la movilidad de cualquier conductor. La agudeza visual y auditiva también varían. Con la edad todo el mundo necesita más luz para ver bien, aunque los puntos lumínicos como el sol o los faros del resto de vehículos resultan más molestos. El campo visual también se reduce, aumentando de forma natural los ángulos muertos alrededor del vehículo.

Con el tiempo también se resiente la velocidad de transmisión neuronal, por lo que los movimientos al volante se hacen con mayor lentitud y de forma menos precisa. Algunas personas padecen de enfermedades que afectan a su capacidad de pensar y comportarse. Es el caso de los enfermos de Alzheimer, que suelen olvidar rutas conocidas o incluso pueden “desaprender” el modo de conducir de forma segura, por lo que cometen más errores en la conducción e incluso tienen mayor facilidad para sufrir pequeños accidentes. Y es que conducir no es una actividad innata, sino que requiere un aprendizaje, por lo que es susceptible de olvido.
No obstante, las personas que atraviesan las etapas iniciales de la enfermedad de Alzheimer pueden continuar conduciendo por un tiempo.

Existe una lista de indicios sobre la pérdida de la capacidad de conducir, pero debe tomarse con precaución y sin caer en la exageración:

■Violación repetida de las normas de tráfico.

■Sufrir accidentes frecuentes (aunque sean leves) e injustificados.

■Tardar demasiado tiempo para llegar al destino o no conseguir llegar al destino.

■Evidenciar un tiempo de reacción lento.

■Confusión reiterada derecha-izquierda.

■Ralentización en la toma de decisiones, semáforos, intersecciones, cambio de carril, etc.

■Dificultad en lectura de mapas.

■Conducción más lenta.

■Cambios de carril inapropiados.

Estas situaciones deben servir como guía para uno mismo y para los familiares del conductor siempre con el objetivo de supervisarlo y protegerlo, nunca para imponer la retirada prematura del privilegio de la conducción. La inhabilitación para la conducción merece una solución dialogada entre el propio conductor, las personas de su entorno y el médico. El conductor debe conocer cuál es su estado para poder tomar las decisiones oportunas y asumir su responsabilidad. En caso de que el afectado no admita su pérdida de capacidad o simplemente se olvide de ello puede recurrirse a algunos pequeños trucos: cambiar el coche de lugar, guardar las llaves o estropearlo temporalmente hasta convencerle de que no vale la pena arreglarlo.

La actitud de los familiares y amigos del afectado es básica para que este deje de conducir. Pero la tarea no es fácil y este asunto requiere grandes dosis de objetividad y a menudo la concurrencia de personas neutrales. Por eso hablar de estas decisiones con otras personas que están o han estado en situaciones parecidas puede aportar información y apoyo, especialmente a partir de los asistentes socio-sanitarios y las asociaciones de familiares.


Fuente: Departamento de Salud y Servicios Humanos de EEUU, Familia Alzheimer