Como conductores y peatones que
somos de todo este entramado de la circulación vial tenemos derecho a suponer
que el resto de usuarios también debe cumplir las normas que regulan la
circulación del tráfico. El comportamiento de los demás nos afectará de tal
manera que adecuará nuestra forma de poder desenvolvernos por la red vial. Tan
fácil, como esperar de manera confiada a que respeten, por ejemplo, nuestra
prioridad de paso en una intersección,
la distancia de seguridad entre vehículos, así como las buenas prácticas al
volante que aprendimos en su momento.
Los principios que rigen en la
conducción están explícitamente desarrollados en las normas de
circulación para que durante su aprendizaje vayamos tomando nota sobre la forma
de convivir con los demás si hacemos uso de las vías públicas. Por lo pronto,
para recordar algunas normas sobre el comportamiento vial, hoy, comenzamos con el principio
de confianza en la normalidad del tráfico. Un principio también
denominado de expectativa adecuada por ese derecho a esperar de los
demás un uso adecuado de las normas que regulan la circulación. Para ello,
necesitamos saber qué van a hacer los otros conductores o peatones, cómo van a
hacerlo, desde dónde y cuándo iniciarán su decisión.
El
signo de exclamación en las normas de tráfico
De acuerdo con este principio de
expectativa adecuada o legítima, todo conductor necesita circular con
la relativa certeza y confianza de saber que los demás usuarios de la
vía van a respetar las normas establecidas para la circulación. Conocer la
reacción de los conductores y peatones próximos
a nuestro entorno, dará la tranquilidad suficiente para anticiparse y
prevenir situaciones de riesgo y así poder actuar adecuadamente en
cada caso para evitarlas. No obstante, el hecho de presuponer que los demás
conocen las normas, no significa que bajemos la guardia y la atención que se
requiere al volante, ya que ante esa falta de compromiso o ante cualquier
indicio de comportamiento indebido por parte de los demás usuarios de la vía,
tenemos que ceder, es decir, poner de nuestra parte para evitar cualquier
conflicto.
El desarrollo estricto de la
norma por parte de todos los usuarios de la red vial es lo único que garantiza el
conocimiento de lo que van a hacer los demás. Es decir, intentar prever cómo
van a actuar los demás usuarios de la vía es lo que nos proporciona la
tranquilidad y la confianza necesaria para anticiparnos a las
posibles situaciones más o menos peligrosas y nos permite estar en una posición
adecuada para tomar decisiones correctas. Por el contrario, cuando
no respetamos la normativa de tráfico, podemos poner en grave riesgo nuestra
propia seguridad y la del resto de usuarios de la vía, al hacer inesperado
nuestro comportamiento. Un comportamiento que puede ser previsible por ese
margen de desconfianza pero que no siempre se da, precisamente, debido a una
mala interpretación o error de apreciación por parte de alguno de los
intervinientes.
Cuando
tolerancia y confianza se mezcla
Dos conceptos que quiero
desarrollar para llegar a la conclusión de que el espacio compartido por todos
requiere adaptarse a unas normas consentidas y admitidas para ser aplicadas. Me
refiero a la expectativa adecuada y al margen de
confianza que debe existir en la conducción. Es decir, esperar la
reacción de los demás a sabiendas de que puede haber una mala interpretación o
un fallo externo y ajeno sobre alguno de los que comparten el mismo escenario.
Una señal de tráfico que no ha sido restituida por otra nueva, una obstrucción
visual que no permite ver la proximidad de otro vehículo en un cruce, el exceso
de confianza de algunos conductores experimentados o la falta de pericia en la
conducción de un conductor novel, son claros ejemplos de que debemos
ampliar esa expectativa y ese margen de confianza para no ocasionar un
conflicto.
Además, con los ejemplos
anteriores no sólo se hace imprevisible el comportamiento del infractor,
sino que también se pueden provocar comportamientos igualmente extraños en los
otros conductores. Estos, ante una grave alteración de la normativa, pueden no
saber cómo reaccionar, al no estar contemplada esta circunstancia en las normas
de circulación, y se pueden provocar a su vez nuevas situaciones de
riesgo encadenadas que pueden dar lugar al incidente. Pero insisto, lo
imprevisible no tiene por qué ser inevitable ni tampoco la experiencia en la conducción es la que resuelve
todas las situaciones de riesgo. Por tanto, es la suma de dos hechos realizados
por dos intervinientes y que llevados a una situación de riesgo no han podido
resolver posiblemente por ese exceso o falta de confianza.
Por otra parte, el principio
de confianza está basado, como es lógico, en el conocimiento y
cumplimiento estricto por parte de todos los usuarios de las reglas y normas que regulan la circulación por las
vías públicas, lo que obliga a las autoridades competentes a supervisar que
todo aquel que circule por ellas esté debidamente formado y autorizado. Conocer
y cumplir las normas es la garantía fundamental para la seguridad de
todos los que compartimos el mismo escenario vial. Por eso, debemos respetarlas
para que se confíe en nosotros como conductores y como peatones.