21 de abril de 2009

¿Por qué alcohol y conducción son incompatibles?


A los pocos días de la implantación del nuevo Código Penal ya se comentaba que el 98% de las diligencias abiertas por delitos contra la seguridad del tráfico correspondían a excesos con el alcohol. Por ese motivo, quizá sea bueno recordar por qué conducir y beber son dos actividades incompatibles.
Para comenzar, no está de más recordar que el alcohol es una sustancia que, una vez ingerida, atraviesa las paredes del estómago y el intestino y se distribuye por todo el cuerpo a través de la sangre hasta que el hígado la metaboliza y desaparecen sus efectos sobre el organismo.


Estas son las tres fases de la alcoholemia: absorción, distribución y metabolización.



Absorción. Un 20% del alcohol ingerido pasa en pocos instantes del estómago a la sangre. El 80% restante llega a la sangre a través del intestino. Durante los primeros minutos la absorción es más rápida, de manera que el alcohol llega a su máxima concentración en sangre entre 30 y 90 minutos después de la ingesta. Hay que tener en cuenta que con el estómago vacío la absorción es muy rápida. Por otra parte, cuando se combina con bebidas gasificadas el alcohol atraviesa más fácilmente la barrera hematoencefálica y su efecto tóxico es más rápido y acusado.



Distribución. El alcohol viaja por todo el organismo a través de la sangre. Como se pasea por todas partes, lo mismo afecta al cerebro que al sistema nervioso. En un primer momento causa euforia y desinhibición. Cuando bebe, el conductor menosprecia el riesgo y disminuye su sensación de velocidad. Disminuye también su capacidad de concentración y el conductor calcula mal las distancias. Por otra parte aumenta el aletargamiento del conductor, de manera que sus movimientos son menos precisos. Todo se une: la euforia etílica sumada con la falta de reflejos hace del conductor ebrio una bomba de relojería.



Metabolización. El cuerpo humano no necesita alcohol ni puede almacenarlo. Por eso debe metabolizarlo, es decir, transformarlo en sustancias de desecho. A través de la orina, el aliento y el sudor se elimina entre un 2% y un 10% del alcohol. El resto es tarea del hígado, que metaboliza esa sustancia a un ritmo de 0,12 g/l de alcohol en sangre por cada hora. De ahí que se diga que para superar una tasa de alcoholemia de 0,5 g/l hay que esperar aproximadamente cuatro horas (0,12 x 4 = 0,48).
Ese es el camino del alcohol. Por eso cuando un conductor bebido cree que controla la situación no es que mienta, sencillamente cree que es así porque el alcohol le da una percepción distorsionada de la realidad. Y por eso cuando un conductor ebrio hace cosas raras para eliminar los efectos de la bebida pierde el tiempo: el alcohol viajará por su organismo hasta que el hígado acabe con él. De ahí que la mejor forma de evitar sus problemas sea dejar de lado la bebida cuando haya que coger el volante.
Luego están las medias tintas, como cuando un conductor manifiesta que sabe hasta dónde puede beber para no tener problemas. El asunto está en que el alcohol no hace efecto de forma inmediata y por esa razón resulta prácticamente imposible calcular cuándo hay que dejar el vaso sobre la mesa. Por otra parte, la euforia propia de la persona que ha bebido hace que le sea difícil interrumpir la ingesta de alcohol.


La conclusión de todo esto la chapurreó Stevie Wonder hace un puñado de años: si bebes no conduzcas. Lo mejor es tirar de transporte público cuando se puede y te dejan o si no montárselo con los colegas para que en cada ocasión y de forma rotativa sea uno el que deje tranquila la botella y se haga cargo del resto del grupo, llevando a cada cual tranquilamente hasta su casa después de la fiesta. Siempre será mejor eso que esperar a que llegue la ambulancia, ¿no?