- Uno
de cada cuatro niños sufre algún tipo de «bullying», mientras que las
inspecciones educativas sólo detectan el 0,05 % de los casos.
Los insultos, las amenazas, los
empujones, el acoso en general en la escuela ha dejado de ser «cosas de niños»,
esa temida frase con la que se justificaban las actitudes agresivas de los
«abusones» del colegio.
Como afirman desde la Asociación
No al Acoso, «este año hemos registrado un importante incremento en el número
de denuncias. Se está denunciando más porque los niños y las familias
están empezando a hablar, han perdido la vergüenza», explican. Así, aunque
los datos varían algo por comunidades autónomas, «podemos decir que en España,
en general, se han triplicado el número de denuncias», afirman desde la
asociación, aunque «sorprenden datos como los de Madrid, donde la cifra es
mucho más elevada y podríamos hablar de que se han multiplicado por seis con
respecto al año anterior». Lo cierto es que las cifras siguen siendo bajas
porque, como indican los estudios, uno de cada cuatro niños sufre algún
tipo de «bullying», mientras que las inspecciones educativas sólo
detectan el 0,05 % de los casos.
A esta entidad, que nació por la
preocupación de algunos padres, llegan casos estremecedores. «Lo que buscan los
acosadores es que pierdas la autoestima, por eso les da igual atacarte porque
estés gordo o delgado, alto o bajo, porque todo lo que les dicen se lo llegan a
creer». Desde No al Acoso recuerdan el caso de un niño al que insultaban por
tener unos kilos de más y éste «decidió hacer un régimen muy estricto. Bajó 12
kilos. Ahora le llaman marica». Y es que para estos agresores no hay término
medio. Si se convierten en un filón para ellos, siempre encontrarán un motivo
para atacar.
Los casos en las localidades más
pequeñas son los más sangrantes porque, en ocasiones, denunciar lo sucedido
puede poner a todo el pueblo en contra de una familia. Y si no que se lo
pregunten a la familia de Ismael –nombre ficticio–, un adolescente de
14 años que este lunes no volverá a pisar las aulas del instituto del pueblo
extremeño en el que vive. Como explica su madre, Mara, «mi hijo está
muerto de miedo». Su familia lleva dos años viviendo en la pequeña localidad y
sus dos hijos han sido víctimas de acoso escolar. La mayor está repitiendo el primer
curso de Bachillerato porque sus compañeros le hicieron la vida imposible, le
hacían chantaje por WhatsApp y no fue capaz de sacar las asignaturas, pero la
peor parte se la ha llevado el pequeño Ismael que, por una agresión, ha perdido
la visión de un ojo.
A Mara, el pasado 28 de diciembre
la llaman del colegio para decirle que su hijo se había dado un golpe en el
ojo, pero «que no me preocupara que no le pasaba nada y que no era grave».
Cuando, un par de horas después, va a recogerle al centro, «noto que no puede
abrir bien el ojo y le pregunto cómo se ha caído».
Él se lo niega y le describe lo
ocurrido: estaba sentado con dos compañeros en el recreo cuando un
chico, «bastante conflictivo», remarca la madre, se coloca a cinco pasos de él,
coge un tirachinas y le lanza una goma de borrar al ojo. Ismael estaba
distraído conversando y no fue capaz de reaccionar. La goma le dio en todo el
ojo abierto. «Se cayó al suelo de dolor», explica la madre. Ella, ante este
relato, se asustó y fue a hablar con el director. ¿Cuál fue su respuesta? «No
se preocupe que no será nada», pero ella decide ir a ver al médico de cabecera
para que revise la vista del niño. «No la dio tiempo ni a explorarle en
profundidad cuando decidió que teníamos que trasladarle, en ambulancia, al
hospital del pueblo. Entramos por urgencias y nos atendieron inmediatamente».
La oftalmóloga estuvo tres horas haciéndole pruebas. Y el diagnóstico no se lo
esperaba: «Tiene un coágulo muy grande en el ojo y una herida. El impacto ha
sido muy contundente». Tenían dos opciones: ingresarle o llevárselo a casa y
cada dos horas echarle unas gotas durante 20 días. Y no sólo eso. Para que no
empeorara el coágulo no podía tumbarse, ni bajar la cabeza. Debía estar siempre
erguido. «Tenía que dormir sentado. Le colocábamos en el sofá, entre mi hija y
yo, y así pasábamos las noches los tres», recuerda Mara.
El 16 de noviembre le dieron el
diagnóstico definitivo: tiene una catarata y una midriasis traumática, es
decir, una lesión irreparable en el nervio óptico por la que la pupila se
dilata demasiado, permite entrar mucha luz externa y produce pérdida de visión
y migrañas. Ismael no ve. Le molesta la claridad y, desde ese día no ha salido
de casa si no es para ir a la consulta del médico o a la del psicólogo. «Está
aterrorizado y no quiere volver a poner un pie en el instituto», cuenta la
madre angustiada. Su voz muestra que está muy afectada. No sabe qué hacer
porque en el centro le han dado la espalda.
«He ido a hablar varias veces con
el director y me dice que el diagnóstico de mi hijo no es real», pero para
rebatirle, además de los diez informes que tiene de cada visita al hospital de
la Seguridad Social, Mara ha pagado de su bolsillo un oftalmólogo privado que
«me ha dado el mismo diagnóstico». La doctora le insiste en que denuncien al
niño y mañana martes Ismael tiene cita con el forense para que también le
valore.
Lo peor es que no cuentan con
ningún apoyo del pueblo. «El jefe de Policía me dice que estamos haciendo una
tormenta de un vaso de agua y que el director es su amigo y no permitiría que
ocurriera». A esto se suma que, como Ismael lleva un par de meses sin ir a
clase, «nos han amenazado con denunciarnos a Servicios Sociales, pero el
director, mientras tanto, me dice que no puede garantizar la seguridad de mi
hijo». Por eso, Mara y su esposo se han adelantado y ya se han reunido con el
programa Familia de Servicios Sociales, que «no dan crédito a lo que les
cuento», pero tienen poco margen de maniobra.
Mientras, el agresor de Ismael
sigue yendo a clase junto al resto de niños que le hacían la vida imposible.
Nadie se ha disculpado, ni tan siquiera los padres del menor agresor. En este
caso, el apestado no es el acosador, sino la víctima.
Fuente : Diario La Razón.es