Una de las maniobras que infunde mayor respeto a la mayor parte de proto-conductores cuando empiezan las prácticas es el estacionamiento. Preocupaciones como darle un golpe a otro coche, subirse a la acera, superar el tiempo permitido, dejarlo demasiado lejos del bordillo o torcido, etc. Incluso en ya una vez con la tarjetita rosa, una maniobra un poco patosa puede fácilmente ser blanco de protestas… y lo que es peor, risas.
Si me preguntáis a mi, estas preocupaciones son, como mínimo, superfluas. Difícilmente va uno a sufrir un accidente grave aparcando. Ni siquiera a causar desperfectos que realmente valga la pena considerar. Hay mil cosas que debería preocupar a todo el que se ponga tras un volante, ya sea para aprender o con miles de kilómetros en las espaldas.
Pero lo cierto es que, lógica a parte, dicha preocupación existe. Así que analicemos un poco los motivos por los que es tan difícil aparcar.
El principal motivo es que nuestro cerebro no está muy entrenado en eso de controlar un que un vehículo cuatro ruedas. Está más que acostumbrando a moverse sobre dos piernas, lleva practicando desde la más tierna infancia. Y, además, eones de selección natural le han preparado para esa tarea.
Pero controlar un vehículo es algo muy diferente a lo que no está acostumbrado. Ni está construido para ello. Es algo a que debe ser aprendido. Por eso hay unos señores y unas señoras que se dedican a adiestrar cerebros en el arte de llevar un trasto de cuatro ruedas al destino deseado; y a ser posible, que llegue de una pieza.
Como en cualquier actividad que deba ser aprendida, siempre intervienen las capacidades de cada uno. Seguro que hay individuos con gran inteligencia espacial que clavan los estacionamientos en la primera práctica, con apenas unas indicaciones del Josep de turno. Y otros que se jubilan sin ser capaces de alinear un coche correctamente.
Pero, ¿hay algo específico en la forma de controlar el coche que haga que aparcar sea particularmente difícil de aprender? La verdad es que sí. Lo cierto es que la forma en que controlamos los vehículos de cuatro ruedas es más bien rara.
Fijaos que, de las cuatro, sólo dos de ellas son directrices. El eje de las de atrás está completamente fijo, así que esas ruedas no son de ayuda para dirigir el vehículo. Todo lo contrario, el eje posterior es un lastre para la dirección del vehículo.
El hecho que el eje trasero sea fijo implica que, en una curva, todas las ruedas giran a diferente velocidad. Se ve claramente en el diagrama anterior, que ya os había mostrado alguna vez. Para que ninguno de los neumáticos deslice sobre el asfalto, todos ellos deben trazar una trayectoria circular al rededor de un único centro.
Como las ruedas traseras no pueden cambiar su orientación, el centro de giro común debe estar en la proyección del eje trasero. Las ruedas delanteras deben calcular su ángulo de giro con precisión para que ambas apunten al mismo punto central,
lo cual significa que deben girar ángulos distintos. Si el giro de las ruedas delanteras fuera simétrico, una de ellas patinaría.
A la práctica, todo esto significa que el conductor puede seleccionar la dirección en la que van las ruedas delanteras, mientras que las traseras se limitan a seguir el movimiento como buenamente pueden. Se puede ver muy claro si observamos desde atrás un coche tomando una curva muy cerrada.
Si lo pensáis, es una forma de hacer las cosas un poco rara. Pero funciona más o menos bien cuando avanzamos. Obviamente las ruedas delanteras son las primeras al llegar a las curvas. Por suerte, son las que utilizamos para guiar el coche, basta con que el conductor gire el volante cuando entran a la curva. Así que, hacia adelante, es bastante intuitivo. Es cuestión de práctica.
Pero al retroceder, todo cambia. Controlamos las ruedas delanteras, pero lo que queremos dirigir es la parte trasera del coche. Luego, está la paranoia de siempre: si giro el volante a la derecha, las ruedas delanteras se irán a la izquierda. Es decir, el morro se abrirá a la izquierda.
Pero si el morro apunta a la izquierda, obviamente el maletero debe apuntar a la derecha. Pero al dar marcha atrás, el coche avanza retrocede en la dirección que apunta el maletero. Así que aunque las ruedas delanteras se abren un poco al lado contrario, el vehículo en reversa va a la derecha, la misma dirección en que hemos girado el volante.
Como veis, es bastante contra-intuitivo. Leído deprisa parece un trabalenguas. ¿Como queréis que un simple cerebro humano no se haga la picha un lío intentando aprender a controlar todo eso?
Fuente: Circula Seguro