Hey, baby, park your car on the wild side
Hace unos días Jaume se devanaba los sesos intentando explicar, con un poco de geometría en la mano, por qué es tan difícil aparcar bien. Habló sin nombrarlo del principio de Ackerman y casi de milagro no se paró a explicar el trapecio de Jeantaud. Y, mientras tanto, algunos de nuestros lectores, seguramente sensibilizados con el problema de las infracciones en aparcamientos, se lanzaron a hablar de la selección del lugar en el que aparcamos y dejaron varios comentarios alusivos.
Triunfó el estacionamiento en sentido contrario, y eso que el post iba de otra cosa. Bien, pues ellos lo han querido. Hoy vamos a analizar el problema de aparcar en el sentido contrario, una práctica que resulta tan cotidiana como ilegal y arriesgada, para el que la ejerce y para el que sin comerlo ni beberlo se puede dar un buen susto mientras conduce tranquilamente.
Comencemos con un repaso ligero al Reglamento General de la Circulación, y así veremos que en las carreteras debemos aparcar (legalmente, «estacionar») fuera de la calzada y de la parte transitable del arcén y siempre en el lado derecho. En ciudad, el lugar para aparcar también queda a la derecha, a no ser que la calle sea de sentido único, donde en principio podremos aparcar a uno u otro lado. Ah, y recordemos también que en nuestras latitudes la circulación se realiza por la derecha, y que si existen dos sentidos de la circulación, el nuestro es el que queda a la derecha.
Y una vez finalizado el capítulo correspondiente de ‘Barrio Sésamo’, procedemos a explicar la lógica de todo esto para comprender por qué es peligroso, además de ilegal, aparcar en sentido contrario.
Aparcando en sentido contrario
Y explicamos esa lógica haciendo las cosas de manera ilógica e indebida. Hoy vamos a estacionar en sentido contrario, misión para la que necesitaremos los siguientes ingredientes:
* un coche,
* un conductor con muy poca vergüenza (ojo, en un sentido no peyorativo sino puramente descriptivo),
* mucha prisa, por el motivo que sea, por aparcar cuanto antes en el primer sitio disponible,
* un hueco entre coches situado en el sentido contrario, es decir, en la izquierda,
* la incertidumbre de si vendrán coches en sentido contrario mientras estacionamos,
* línea continua delimitando sentidos: no es imprescindible, pero le dará a nuestra ocurrencia un mejor sabor.
La preparación es tan simple como el mecanismo de una peonza: el conductor avista el hueco en el lado izquierdo de la calzada, dirige su vehículo hacia esa parte de la vía, se posiciona junto a los vehículos ya estacionados y maniobra hábilmente hasta ocupar la plaza. Objetivo cumplido.
Y lo cierto es que al iniciar el proceso ya empezamos mal, puesto que a nuestro intrépido conductor le será necesario que invadir el sentido contrario si o sí e incluso es posible que por el camino se haya comido una línea continua, algo que por ley está prohibido. Pero como nuestro conductor no tiene demasiado sentido de la vergüenza, tanto le dan estos nimios detalles. Total, él tiene prisa, y eso lo justifica todo, incluso cometer infracciones como estas. Sale del coche y se marcha a toda prisa adonde sea, satisfecho por haber conseguido aparcar en un tiempo récord.
Incorporándonos en sentido contrario
Pero lo más divertido viene a partir de estos momentos, cuando nuestro aguerrido e infractor conductor se dispone a incorporarse a la circulación desde el sentido contrario. Analicemos cuáles son los principales problemas que le van a surgir.
En primer lugar, le va a faltar visibilidad por la parte delantera del coche para controlar si viene circulando algún vehículo por su carril, ya que el coche de delante le tapa el campo visual. Al estar sentado en la parte izquierda del coche, está tremendamente alejado de la circulación en sentido contrario, que ahora mismo le viene por la parte derecha del vehículo.
Pero pongamos que nuestro valiente conductor infractor se siente lo suficientemente bien consigo mismo como para pasar olímpicamente de tanta precaución y ha comenzado a posicionar su coche para salir del hueco en el que está estacionado. A medida que el conductor va orientando su coche hacia la derecha, la ayuda que podía brindarle el espejo exterior derecho se va esfumando, de manera que nuestro conductor ya no sólo está ciego respecto al tráfico que le viene de frente y por el lado de la calzada que ocupa, sino que también deja de ver el carril al que se incorporará.
Ah, pero le queda la alternativa de girarse completamente para visualizar la zona posterior en busca de otros coches. Tanto da, porque al estar tan alejado del carril derecho la perspectiva que le queda puede resultar ínfima para el ritmo de la circulación. Además, al girarse sobre su eje el conductor pierde por completo la visión de lo que sucede delante suyo, así que… ¡towanda, que allá va él!
Y sí, ya nos apartaremos los demás…
Epílogo para curiosos: Ackerman y Jeantaud
Ya que lo he citado al principio, por si a alguien le interesa…
El principio de Ackerman (descrito por un tal Ackerman, de nombre Rudolph, como el reno) viene a decir que todas las ruedas de un vehículo que cambia de dirección, en cualquier grado de giro, deben tener un mismo centro de rotación. Así, cuando el vehículo gira, las prolongaciones lineales de los ejes de todas las ruedas concurrirán en un mismo punto, el llamado centro instantáneo de giro. Si esto no sucediera de esa manera, la trayectoria del vehículo no sería exactamente curvilínea, sino que las ruedas se arrastrarían por el terreno de forma oblicua y se echarían a perder en cuatro días.
Para evitar ese problema las bieletas de mando de las ruedas se montan con una cierta inclinación. Si observamos un vehículo desde arriba y con las ruedas rectas, la prolongación lineal de las bieletas forma con el eje trasero un trapecio, conocido con el nombre de su inventor, Charles Jeantaud, aunque hoy en día ya no se emplea tal y como lo concibió este buen hombre, sino modificado.
Dejando de lado todo esto, yo también le doy mucha más importancia a la selección del lugar y a la observación del entorno mientras se realiza la maniobra que a los grados o centímetros de separación entre el coche y la acera. Aunque si queda bien rectito mola más, ¿no?
Ilustraciones | Josep Camós
Fuente: Circula Seguro