7 de julio de 2011

Un profe, un policia, un galeno

A veces la vida nos asesta un tremendo mazazo que nos desvencija por completo y le da la vuelta a todo nuestro mundo. Tras ese instante que lo cambia todo pasamos de la confianza y la tranquilidad de vivir una vida normal al máximo desasosiego, a la máxima confusión. Pasamos de un momento de euforia desatada a la tristeza infinita, de la alegría que nos llena al dolor, al vacío. “Ha habido un accidente” es la frase que lo cambia todo.

Sin embargo, no toda la siniestralidad vial sucede de una manera tan imprevista. No todas las colisiones son huérfanas de simiente. No todos los choques llegan sin haber avisado, y mucho, durante días, semanas, meses… e incluso años. Aunque la carretera no nos brinda una segunda oportunidad, en ocasiones, y antes que se produzca el siniestro, vemos indicios que a todas luces nos anticipan lo que un día u otro llegará para cambiarlo todo. Evitar caer en el triángulo de la siniestralidad vial consiste en identificar esos indicios y poner en marcha las medidas preventivas necesarias.

Hoy vamos a hablar, durante un buen rato, de Eva. ¿Os apetece conocerla?

Día 12. El profe

Ya llevo unos cuantos días de clase con Eva, la chica más risueña del mundo. Mi impresión personal me dice que esta chavala lo tiene todo para ser una más en las estadísticas de la DGT. Y me fastidia, porque lo suyo no es malicia ni nada, pero esta chica apunta maneras. No hay más que oírla hablar mientras hace la práctica.

Que si el otro día iba bien puesta cuando salió de fiesta, que si se subió al coche del Eric que iba fatal, que si la Paula acabó vomitándolo todo en el asiento y con temblores… Y así cada día que la veo. Y lo peor de todo es que en el coche ya no hace falta que ella beba ni que tome nada, porque se le va la olla que es un gusto. Miento: lo peor de todo es que cuando la lía, la culpa siempre es de los demás.

Hablo con ella e intento que comprenda cuáles son las consecuencias de las acciones que emprende a cada momento. Le explico una y otra vez la diferencia entre conducir y circular, la necesidad de estar al 100% en todo momento para hacer frente a todo lo que nos rodea, pero no hay manera. Que si quieres arroz, Catalina, que su mente está en Pernambuco o un poquito más allá.

“Concienciación” es la palabra. O falta de concienciación, claro. Pero, ¿cómo va a concienciarse esta chica si no tiene ni idea de lo que significa el problema que lleva encima? Si al menos hubiera venido algún día a clase en vez de aprobar la teòrica a base de hacer tests… El caso es que ahora, a contrarreloj, yo intento que comprenda las consecuencias de lo que observo, lo que le espera si no hace nada por cambiar el chip, pero ella lo único que quiere es aprobar, que conducir ya sabe.

O eso dice. Y eso cree.

Día 237. El policia

5 de marzo del 2011. Sábado o, mejor dicho, madrugada del domingo. Son las 06:20 horas. Hace frio, pero no importa, el control de alcoholemia no entiende ni de frio ni de calor. Hay que hacerlo y punto.

06:35 horas. Llega nuestro primer “cliente”, se trata de una chica novel. De nombre, Eva. Conduce un pequeño utilitario de color rojo que al bajar la ventanilla en el punto de control deja escapar una música estridente y demasiado alta. No hay respeto. Mal rollo. Positivo, sí o sí.

Buenos días. Control de alcoholemia. ¿Me permite su permiso de conducir, por favor?

En mi mente aún retumban los ecos del “chumba-chumba”. Eva es una joven de 19 años, guapa como un sol, pero a aquella hora sus preciosos ojos verdes se han transformado en dos cuencos rojizos y tristes de mirada vidriosa. Su voz es ronca y de su boca se desprende una halitosis penetrante que me llega. Me mira y se le escapa la risa, quizás por la situación o alentada por unos amigos que, a mi juicio, no lo son. Me dice que nunca ha soplado y que es su primera vez. Le explico cómo hay que realizar la prueba, pero aún así lo intenta varias veces sin éxito.

Señorita, ha vuelto a interrumpir la prueba. No deje de soplar hasta que yo le avise.

Al final, 0.33 mg/l. Blanco y en botella. Por mi cabeza pasa un fugaz pensamiento: “Leches, por su estado habría apostado que superaba los 0.50”. Le informo de sus derechos y le digo que al dar positivo deberá realizar la prueba en otro aparato de más precisión. Ya en la intimidad del furgón le pregunto si sabe cuál es la su tasa máxima permitida. “Pues… no sé. ¿0.25?” Le refresco la memoria: “En su caso es 0.15, ya que usted es conductora novel”. La primera prueba en el etilómetro evidencial escupe un 0.35mg/l, así que deberá aguardar un mínimo de 10 minutos antes de realizar la segunda prueba, la definitiva.

¿Otra prueba? ¡Pero si ya he soplado!

Ya le he explicado tres veces el mecanismo de la alcoholemia y no se ha enterado de nada. Lo que hace el alcohol… Eva se va caminando hacía el coche como una trapecista sobre tacones rojos. Empiezo a rellenar las actas correspondiente a cada alcoholemia: estadístico, impreso de tíquets, derechos en la prueba, acta de inmovilizar vehículo… Desde mi posición oigo las risas y la música del coche rojo. Por segunda vez pienso que no hay respeto. Ha pasado el tiempo de espera y realizo la segunda y definitiva prueba. 0.34 mg/l. Positivo. No lo entiende, me dice que hace rato que no bebe, que sólo se ha tomado tres o cuatro copas en toda la noche.

Mi parte más visceral desearía darle un sermón, pero ahora no toca. Hay trabajo y sus condiciones no son las mejores, así que sólo alcanzo a decirle que debe tener cuidado, porque ella es la responsable de la gente que lleva y con su estado puede tener un accidente. Pero a Eva eso no le importa. Sólo pregunta por los puntos y por la pasta de la infracción mientras me repite por enésima vez que va bien, “que yo controlo”.

Me siento contrariado. Esa chica no es ningún delincuente y sin embargo puede matar a alguien. He hecho mi trabajo. Sí, pero no. No llegamos. La Administración NO llega. Y nuestra “medicina” es impopular. Efectiva a veces y necesaria, por supuesto, pero impopular, y eso a mí también me jode. Me fastidia que nos llamen de todo un poco y, sí, me fastidia que mucha gente nos odie, pero es lo que hay: nuestro trabajo es difícil de comprender. Tocamos el bolsillo, y eso, ¿a quién le gusta?

El coche de Eva se queda inmovilizado. Nadie se puede hacer cargo de él porque todos van igual. Qué lástima. Pero dentro de mi contradicción… me siento reconfortado. Hemos hecho nuestro trabajo y hemos sacado un peligro de la circulación. Eva llora, me comenta que es una putada y que sus padres se cabrearán con ella si se enteran o si no aparece ya mismo por casa. Le digo que lo siento y que otra cosa no puedo hacer.

A las 08:30 horas finaliza el control. En total cuatro positivos por alcohol y otro por drogas. Nos vamos a tomar un café, que ya toca. Pero el café dura un instante. Nuestra emisora brama. Un accidente.

Domingo, 10:40 h. Tal y como le comenté a Eva, paso para comprobar si su tasa ya es inferior a 0.15. Están todos dormidos. Alguien ha vomitado, manchando el lateral de la puerta posterior. Despierto a Eva y veo que su cara no ha mejorado. El rímel corrido le da un aspecto de femme fatale, aunque su habla es más clara que hace unas horas. Le hago la prueba y…. ¡0.12! Aprovecho para darle mi pequeño sermón. Quizás sea estéril o quizás no, pero me permito perder con ella un par de minutos para concienciarla. Le explico que venimos de un accidente y que el chico que conducía ha dado positivo, que mira la hora que es y aún tienes alcohol en tu organismo.

Le quitamos el cepo al coche y lentamente se va sin decirme nada. Cara larga, mirada indiferente. Está en su derecho. Nosotros somos impopulares y eso hay que aceptarlo. Miro su alejar. Dentro de mí le deseo suerte, deseando de corazón que la denuncia o mis palabras hayan servido de algo.

Día 412. El galeno
Noche de sábado, noche de verano, en una guardia de Urgencias repleta de casos difíciles. Son las 4:45 y llega una chica con la ambulancia, la acompañan las autoridades. “Nada serio”, me insinúa el técnico sanitario mientras me acerco a la paciente. La veo tan afectada por alguna que otra sustancia además del alcohol que soy incapaz de sacarle a la chica más datos salvo que se llama Eva, y sus supuestos amigos no aparecen por ahí para dar mas información o simplemente dar la cara. Suele pasar.

Me centro en su evaluación médica. Hay fractura de húmero derecho, esguince cervical y no hay marca de cinturón. Al rato, con Eva ya más tranquila y más sobria, charlamos un poco. Para mis adentros, pienso que esta chica ha llegado muy alto en la pirámide de la prevención en seguridad vial. Es una lástima, desde luego, pero aquí el galeno, o sea yo, todavía puede hacer pedagogía:

Eva, has tenido suerte en esta ruleta rusa. No llevabas el cinturón, ¿verdad?

Ella, llorando, asiente.

Además de beber, ¿tomaste alguna cosilla más? Ya me entiendes…

Avergonzada, duda pero cuenta la verdad. Eva no es objeto de sanción ni de juicio moral por mi parte, pero entiendo que me corresponde decirle que NO debería haber llegado hasta el box de Urgencias con la historia que me cuenta, me remonto a las buenas intenciones de su antiguo profe y a las de aquel policia que un día intentó dialogar con ella y reconducir su comportamiento al volante.

“Mira, Eva, no hemos llegado tarde. Tarde hubiera sido que estuvieras ya en el otro lado. Todavía puedes sacarle punta a lo ocurrido, pese a que la recuperación va a hacer que ese trabajo que tanto te ilusionaba empezar el lunes no va a poder ser. Que me tendrás que seguir visitando. Que ya veremos cómo termina este latigazo cervical y que ante todo espero que hayas aprendido algo de todo esto. Que al fin y al cabo, no has causado ninguna victima. Aprovecha esta oportunidad, que quizás sea la última que te brinda la vida.”

Hoy es el último día de seguimento que visito a Eva. Le guiño el ojo y me despido preguntándome si la volveré a ver. Mientras, antes de hacer entrar a mi siguiente paciente, me quedo pensativo y me pregunto si nuestro sistema sanitario merece conductores que admitan que lo suyo ha sido un accidente o si debería ya saber Eva que su mal llamado “accidente” fue la consecuencia de hacer caso omiso a aquellos agentes pedagógicos que invirtieron parte de su tiempo en intentar hacerle ver de qué va esto de la seguridad vial.

(Nota: las fotografías empleadas no se corresponden con los personajes referidos en la narración)