9 de junio de 2011

Cuándo abrocharse el cinturón y cuándo desabrochárselo

Todos sabemos que antes de iniciar la marcha hay que abrocharse el cinturón de seguridad y que se desabrocha al detener el vehículo. Y quizá haya quien sostenga que para ir marcha atrás no es obligatorio usarlo mientras otro le replica que el cinturón no presenta ningún impedimento para maniobrar hacia atrás y que llevándolo puesto estamos más seguros. Y quizá hasta se nos presentará el dilema del taxi, en el que el conductor no está obligado a llevar puesto el cinturón mientras que los pasajeros, sí.

Ya, pero es que yo hablo de otras cosas. Yo me refiero a aquellos seres humanos que no se abrochan el cinturón porque van aquí al lado y de aquellos que se quitan el cinturón al llegar a la calle en la que acaban el trayecto, de aquellos que se lo ponen sólo si se les pide que lo hagan… o de aquellos que sólo se lo abrochan si pasa por allí la Policía, que de todo hay.

Me comentaron el caso de una madre y una hija a las que un sanitario, tuvo que atender con motivo de un golpe por alcance. Casi nada: dos lesiones por latigazo cervical con sus dolores cervicales y sus mareos, y además la niña se quejaba de dolor en el pecho y en la barriguita.

Y  cuando se le pregunta a la madre si las dos llevaban puesto el cinturón de seguridad. Sí, claro. La niña siempre se lo pone porque su madre le recuerda que tiene que ponérselo. Sí, claro, cómo dudarlo; pero tras un hábil forcejeo dialéctico y emocional, sale a relucir la verdad: la niña explica que no llevaba puesto el cinturón porque cuando está llegando a casa se lo suele quitar… a no ser que pase por allí la Policía y les pueda poner una multa.

Acabáramos. Al final resulta que estamos hablando de una cuestión de hábitos, mira tú por dónde.

En muchas facetas de nuestra vida aprendemos por pura repetición. Quien tenga presente cómo llegó a empaparse las tablas de multiplicar o cómo llegó a pelearse con los verbos irregulares en inglés sabrá de lo que hablo. Repetimos y repetimos lo que estamos leyendo, luego pasamos por un momento en que todavía tenemos que hacer un poco de memoria para recordar que efectivamente 8 por 7 dan 56 o que “swim swam swum”, y así hasta que llegamos a un punto en que ya no es necesario que pensemos demasiado porque se nos ha quedado lo que estudiábamos.

Cuando hablamos de hábitos relacionados con la seguridad vial, es muy importante tener en cuenta cómo se adquieren: gracias a la constancia. De la repetición (que para el caso podría resumirse en la típica pregunta: “¿ya te has puesto el cinturón?”), se pasa a la costumbre (momento en que la persona debe recordar si se ha puesto o no el cinturón de seguridad). Cuando esta persona ya no necesite recordarlo, será que ha automatizado la costumbre de abrocharse el cinturón; es decir, que habrá adquirido el hábito de abrocharse el cinturón.

Durante este proceso de adquisición del hábito, de la repetición a la costumbre, somos tremendamente frágiles, de manera que al abrocharnos el cinturón unos días sí y los otros no, o sólo cuando pasa la Policía o sólo cuando es Navidad y vamos a casa de la abuela y además llueve, nos podemos cargar muy fácilmente este proceso de adquisición del hábito de llevar puesto el cinturón. Dicho de otra manera: si no somos constantes, no adquiriremos el hábito de abrocharnos el cinturón y tendremos que estar pensando en ponérnoslo para no descuidarnos.

Y ahora, quien me está leyendo con un poco de atención está pensando: “No, si aquí sí que tenemos un hábito, que es el de soltarse el cinturón antes de tiempo“. Bien, premio para el que lo haya pensado. Días atrás capreolus se preguntaba si podemos cambiar nuestros hábitos. La respuesta es: Sí, aunque puede costar un poco.

Quienes estudian los cambios de actitudes en la conducción hacen hincapié en la necesidad de confrontar las pautas de comportamiento de la persona que tiene una actitud poco segura con las informaciones sobre las consecuencias de esas pautas, y el detonante del cambio de actitudes se encuentra en un pequeño golpe emocional con que se sacude a la persona. Normalmente, el estremecedor testimonio de alguien que vivió una experiencia parecida despertará la conciencia de la persona y la llevará a adoptar un compromiso de cambio.

Volviendo al caso que nos ocupaba, tenemos que por muchos anuncios que hayan visto aquella madre y aquella niña, por mucho que ahora hayan leído sobre el tema, por mucho que se les informara sobre los peligros de circular sin el cinturón de seguridad, lo que de verdad concienciará a aquellas dos personas es el castañazo que se dio la criatura por desabrocharse antes de tiempo.

Desde luego, hay conciencias y conciencias, de manera que a veces basta con enseñar la imagen de un parabrisas quebrado por un conductor que saltó despedido hacia adelante por no llevar puesto el cinturón, y la persona que lee un artículo como este decide que ya está bien de jugársela tontamente, que no vale la pena el riesgo y que a partir de ahora se va a abrochar el cinturón antes de iniciar la marcha y no se lo va a desabrochar hasta detener el vehículo. Es un compromiso.

Aunque seguramente, y por desgracia, esos son los menos. Más allá de la repetición, hay muchos que siguen aprendiendo a golpes, y no de conciencia precisamente.